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3 DE DICIEMBRE, DIA DEL MEDICO/ UN TEXTO DEL DOCTOR RAUL CEVASCO

03.12.2014 07:19

CURSOS

En el año 1971 concurrí a un curso de posgrado en la ciudad de Río Gallegos y, al margen del contenido del mismo, comprobé que la infraestructura y los recursos necesarios para concretar la realización de un curso de este tipo no eran inalcanzables. Este “descubrimiento” me convenció de la posibilidad de llevar a buen puerto la realización de un curso de posgrado en Puerto Deseado.

 Hay ocasiones en que no se inicia un emprendimiento debido a las grandes dificultades que representa o bien por considerárselo directamente imposible de realizar. Sin embargo, la experiencia ha demostrado que en estos casos la mejor manera de llevar a cabo la obra es separando los distintos problemas que la componen y resolviendo cada uno de ellos en forma independiente. Así se simplifica la cosa, sobre todo si se cuenta con la ayuda invalorable de personas que confían en la realización de la empresa.

 El análisis de la problemática reducía el emprendimiento a tres cuestiones: conseguir la concurrencia de profesores destacados y financiar el pasaje de los mismos, obtener alojamiento para dichos profesores durante la duración del curso y gestionar de la forma más conveniente algún sistema que asegurara una mínima concurrencia de asistentes para garantizar el éxito del emprendimiento. Para todas estas etapas gestioné y obtuve la colaboración de las autoridades sanitarias provinciales, de la municipalidad local y de algunos laboratorios de productos medicinales, pero aún así el emprendimiento hubiera sido imposible si no se hubiera contado con la invalorable colaboración de un hijo de Puerto Deseado que nunca renegó de su cuna: el Profesor Dr. Roberto A. Gárriz.

 Él fue quien aceptó concurrir para dictar las clases en tres oportunidades (1973, 1975 y 1977) sin aceptar ningún tipo de retribución, ni para él ni para sus colaboradores. Fue también él quien hizo los contactos con el Dr. Lloveras, profesor de Clínica Médica, para que dictara un curso en el año 1974, también sin pedir nada a cambio y, por último, consiguió la colaboración del Dr. Averbuj para que en el año 1976 dictara un curso de Pediatría en las mismas condiciones. Todos los nombrados eran profesores de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de Buenos Aires. La única erogación necesaria para esta concurrencia fue la de los traslados, para lo cual distintos laboratorios de productos medicinales aportaron los pasajes, y el alojamiento, que financió la Municipalidad local, salvo el del Dr. Gárriz, que prefirió alojarse con don Luis Arburúa en su querido Hotel Baskonia, hoy inexistente y que se encontraba en la calle Don Bosco, frente a la plazoleta Bernardino Rivadavia.

Las autoridades de Río Gallegos contribuyeron comisionando a un médico de cada localidad de la Provincia, para asegurar una mínima concurrencia, lo cual en definitiva no fue de una importancia mayor, ya que los eventos tuvieron muy buena acogida, no solamente en Santa Cruz, sino también en ciudades de Chubut y aún más lejos.

También en ese período se organizaron dos cursos de laboratorio, también con profesores universitarios, organizados en esta ocasión por quien entonces era el bioquímico del hospital, Dr. Jorge A. Romero. No quiero olvidarme de destacar también la colaboración de los mismos asistentes a dichos cursos, ya que aportaron casos de interés para ser considerados en los debates. Después de 1977 no se realizaron más estos cursos debido a que las autoridades sanitarias provinciales resolvieron restar el apoyo que habían facilitado hasta entonces.

Como no podía ser de otra manera, reuniones de esta naturaleza traen consigo un sinnúmero de episodios y anécdotas, algunas destacables y otras no tanto. Había una asidua concurrente al hospital, madre de varios hijos, que siempre consultaba por razones de enfermedad de ella o de su familia, enfermedad en algunas ocasiones real y muchas otras veces inventada. Dicho de otra manera, se trataba de una hipocondríaca familiar. En uno de los cursos de cirugía del profesor Gárriz, habiéndose enterado esta señora que venían especialistas a la localidad, se presentó en el hospital solicitando ser atendida por un especialista de una de esas enfermedades imaginarias que frecuentemente la acosaban. Al preguntársele qué tipo de especialista necesitaba para resolver la dolencia que supuestamente tenía, respondió muy suelta de cuerpo: “necesito un especialista en todo”. A mi requerimiento, el Dr. Raúl A. Paolucci, director del Hospital de Puerto Santa Cruz, se prestó gustosamente a desempeñar el papel de especialista en todo y atender a esta pintoresca señora.

Raúl Cevasco, en MEMORIAS DE UN MEDICO DE PUEBLO

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