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32 AÑOS DEL CENTRO DE JUBILADOS DE PUERTO DESEADO

21.11.2014 07:16
Es un ritual repetido y siempre nuevo. Es una fiesta con los mejores anfitriones y los más alegres invitados.
De los quince a los noventa y tres años, todos somos iguales por unas horas, y si bien cada año contamos un par de arrugas más, sabemos que se puede comer y beber un poquito más que lo habitual, porque ese día, en general, no hay nada que haga mal. Es posible que algunos descubran, inclusive que si tuvieran ese buen humor y esas ganas de charlar despreocupadamente todos los días, no tendrían tantos malestares ni tantos pastilleros con horarios estrictos.
Por unas horas se olvidan las diferencias políticas y religiosas, las broncas por alguna historia familiar o algún dolor de los últimos meses, y se escucha ese alegre murmullo familiar que tanto le gusta escuchar a Pedro Urbano.
Por unos minutos se pierde un poco la compostura para acceder al postre soñado: las islas flotantes, el arroz con leche, el strüdel de manzana, y hasta la ensalada de fruta que Erica Amelung anuncia como libre de los temidos y ultraprohibidos azúcares.
Se advierte esta vez la reticencia de Pepe Del Valle, que generalmente nos emociona y nos hace reír con sus memoriosos recitados. Se esperan los sorteos.
Se aplaude respetuosamente a las postulantes a reina, y se intenta influir en el voto de la mesa por Iris, siempre alegre y decidida con sus noventa y tantos. Se espera a la abuela Josefa, a Ricardito Vázquez, a Elenita, a Juanita, a Tilde y a todos los que trabajan incansablemente, y se extraña a otros que ya descansan.
Se agradece a Karina y a Dolores, que decoraron bellamente el salón y las mesas, y se admira a quienes construyeron y a quienes mantienen el lugar impecable.
Es una gracia que Dios me ha regalado esto de ser el único que queda de aquel grupo que inició el ritual en 1982.
                                                                   Mario dos Santos Lopes

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